Cuando me desperté aquella mañana, el olor a jazmín que flotaba desde el patio me recordó a mamá. Durante años ella puso macetas de jazmín en la ventana de mi cuarto para que yo, aun sin ver, supiera que la primavera había llegado. Ese recuerdo dulce —apenas un susurro aromático— me sostuvo mientras el mundo a mi alrededor parecía desmoronarse: hoy era el segundo día de la vista preliminar en el juicio de Susan.
Me tomó casi una hora levantarme de la cama sin marearme. Desde el accidente de la biblioteca, los médicos insisten en que los vértigos eran un síntoma de estrés post‑traumático, pero yo sé que es algo más profundo. Una advertencia, quizá. Una manifestación física de que mis días de normalidad se han acabado. Aun así, caminé lentamente hasta el baño, apoyándome en la pared mientras memorizaba cada paso. Ya no necesito el bastón dentro de casa; la memoria de mi cuerpo es un mapa grabado a fuego, un relieve invisible que mis manos y mis pies conocen mejor que los planos del arqu